miércoles, 7 de noviembre de 2012

DIVERSIDAD CULTURAL DEL ESTADO DE GUERRERO
La población de la entidad guerrerense se encuentra integrada por cuatro grupos étnicos: mixtecos, tlapanecos, nahuas y amuzgos, así como la población mestiza y en menor medida el grupo afromestizo.

Debido a la heterogeneidad de su población, el estado de Guerrero tiene tradiciones muy diferentes en cada región. La música y la danza también tienen características muy particulares en las que se puede apreciar la mezcla de los diversos grupos étnicos que han convivido en la entidad.

ZONA NORTE
La región Norte, también conocida como Sierras del Norte, es una de las siete regiones geo-económicas y culturales que conforman el estado de Guerrero.
La región Norte se ubica en la porción septentrional del estado, sus colindancias territoriales son al norte con los estados de México y Morelos, al sur con la región Centro, al poniente con la región de Tierra Caliente y el estado de México, al oriente con los estados de Morelos y Puebla y en parte al sur-oriente con la región de La Montaña.

DANZA
Dentro de las danzas que destacan en la región norte son :
-La danza de los diablos, esta se da en los meses de septiembre mas que nada en teloloapan, En esta danza existen dos personajes principales: la muerte y el lucifer.
-La danza de los tecuanes La danza es una representación que describe las fechorías del tigre, el cual caza y da muerte a un venado, por lo que se representan los esfuerzos de varios danzantes por capturarlo. Al final el tigre es muerto por los cazadores y su piel es devorada por los zopilotes. Esta danza se da en el municipio de Huitzuco
-La danza de los moros Es una remembranza de las sangrientas batallas entre moros y cristianos, cuando estos fueron auxiliados por los “cruzados” llegados de todas partes de Europa en el año 1212. Moros y cristianos llevan machete largo que hacen chocar entre unos y otros dando la idea de una batalla.


La Música de Guerrero (Del atabal a la flauta, el son y el zapateado).

A manera de introducción: El entorno, la exclusión, la identidad.

Si existe una entidad marcada por su geografía, ésa es Guerrero. Desde tiempos inmemoriales, cañadas, cimas, sierras, ríos y costas, valles y vegas conformaron su “destino manifiesto”. Los primeros grupos humanos ocuparon principalmente cauces de ríos, caletas y playas, valles planos y zonas escarpadas. Y con el transcurrir del tiempo y de la historia, fue surgiendo, a fuerza de inteligencia, de voluntad, de emoción y de trabajo, un extenso territorio donde la minería, la pesca de subsistencia, la alfarería, la copra y últimamente el turismo, moldearon el rostro del ser de los guerrerenses. En ese vasto territorio nacieron pueblos y una larga historia insurgente que no para hasta nuestros días; también, diversas identidades y nichos específicos en un territorio donde la circulación cultural se fraguó más lentamente que en otras entidades federativas, producto de la falta de vías de comunicación. Las venas del cuerpo de Guerrero no han sido capaces hasta hoy de llevar la sangre del desarrollo a la inmensa mayoría de pueblos y ciudades, no se diga del equipamiento urbano, bienes y servicios. Existe una carencia atípica en un estado rico en casi todo, incluyendo la pobreza; flora, a punto de ser exterminada por la voracidad de talamontes y amapoleros; fauna, que además del impacto ecocida, también sufre la caza inmoderada, los pesticidas y otras menos elocuentes formas de exterminio. En esta diversidad geográfica, se han asentado grupos humanos que han convertido su estancia en centro del mundo. En ningún lugar de México es tan poderosa esta proliferación de identidades. Es como si en cada región de Guerrero y en cada comunidad existiera una supra identidad que al mismo tiempo que dota al guerrerense de un soporte cultural, lo separa de las otras identidades.

El fenómeno sonoro de Guerrero es riquísimo, inexplorado y mal estudiado, como casi todo el bagaje cultural que sobrevive en la entidad suriana. De Costa Chica a Tierra Caliente, de ésta a La Montaña, de la región Centro a la Norte, y de esta confluencia a Costa Grande, los caminos se bifurcan y entrelazan. Existen veredas y atajos que le han permitido al guerrerense sopesar esta válvula cultural y señalar con punzón de fuego aquello que le es propio y distinguirlo de lo otro, que aunque pertenezca al mismo entorno es de los otros, que en resumidas cuentas se convierte por obra y gracia de la historia en un nosotros elástico y frágil. Aquí habría que detenerse a invocar a los chaneque  marinos y del desarrollo, para ajustar esta idea con la carambola de tres bandas que significó para el estado el nacimiento de Acapulco como centro turístico y lo que esto impactó en toda la entidad.

Finalmente, el sentido de exclusión es visible en casi toda la historia de Guerrero en los últimos doscientos
años. La no construcción del ferrocarril, que sólo llegó al poblado de Balsas. El truncado sueño del magnate Trouyet de construir un tren bala que comunicara al Distrito Federal con Acapulco y la reactivación global de la economía en todo el estado, es un reto que aún no ha sido subsanado. Las venas de Guerrero –por ejemplo, las que van a Tierra Caliente– llegaron con el general Cárdenas; en la Costa Chica fue hasta la década de los 60 que se abrieron los ríos, se construyeron puentes y la circulación humana dejó los caminos de herradura, las avionetas y los caballos. Apenas el año pasado (2008) se inauguró un puente que une a los estados de Guerrero y Michoacán en la misma zona calidense. Y mientras, el sueño de los habitantes de La Montaña, la sierra y los valles es poder contar con carreteras que aún están guardadas en los bolsillos de los gobiernos federal y estatal. La prueba de ello es que la autopista
del Sol fue construida con el mismo criterio excluyente, pues en todo el recorrido son contadas las entradas y salidas, para que comunidades y pueblos tengan acceso a ella, como es común en otras autopistas del país. Un ejemplo: los pueblos del Alto Balsas carecen de una entrada a la autopista del Sol que favorezca el desplazamiento hacia sus mercados: Cuernavaca, la Ciudad de México y Acapulco; esto impide sacar las cosechas, las artesanías y otros productos de cuero y lácteos y, al mismo tiempo, hacer llegar los servicios a los pueblos situados a la vera de la autopista (pueblos cuyos fundos legales o terrenos privados, al menos en parte, fueron afectados). En este contexto de excepción y marginación es que surge una fuerza poderosa: la música.


Tradición y resistencia.
La sevicia de la exclusión a los guerrerenses permitió el aislamiento y con ello el fortalecimiento de tradiciones –la mayoría prehispánicas, con sabor agrario y tectónico– y, desde luego, de la música, inseparable en fiestas religiosas y populares. De la música prehispánica en nuestra entidad poco se puede hablar; carecemos de registros auténticos. Lo que podemos afirmar es que gran parte de esa música está viva; que la podemos escuchar en danzas y ceremonias celebradas en peticiones de lluvias y en otros rituales agrarios y cósmicos con un tinte astronómico.
Piteros y tamborileros, tocadores de chirimía y violín, sobre todo de la Alta Montaña, hasta la fecha la practican, y es una tradición que ha sobrevivido gracias precisamente al aislamiento forzado. Este breve ejemplo permite afirmar que a pesar de que viven en un “mundo cerrado” –metáfora con que un líder indígena del ejido La Primavera separa a su mundo del mundo abierto de los ladinos–, la música y otras tradiciones rituales han cruzado siglos por la simple fuerza de la cultura a la que pertenecen: Mee pa, mixtecos, amuzgos, nahuas y sus respectivas variantes lingüísticas y fenotípicas. Esta metáfora metodológica de un indígena se convierte en una entelequia óntica que nos permite abrir los ojos para poder entrar de lleno al universo sonoro de Guerrero. Es en este mundo abierto y mundo cerrado donde se ha desarrollado gran parte de la tradición musical de Guerrero.